sábado, 18 de mayo de 2013

Evangelio del Domingo: Nuestro compañero de viaje


En el día de Pentecostés celebramos el descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Jesús antes de su regreso al Padre, ya se lo dijo a sus discípulos: “yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido” (Lucas 24, 49) y esto se cumple después de su resurrección.
Jesús se marcha con el Padre pero nos deja al Espíritu Santo, los discípulos no se quedaron solos y hoy en día tampoco nosotros estamos solos, la promesa de Dios se cumplió y se sigue cumpliendo hoy.
Son varias las formas en las que se representa al Espíritu Santo: la paloma, el viento, el fuego, el agua, la luz… pero Jesús exhaló su aliento sobre los Apóstoles para comunicarles el Espíritu y la irrupción del Espíritu en Pentecostés vino acompañado por un viento recio. Siguiendo la comparación del aire empleado por Jesús, se me ocurre pensar que nosotros debemos ser como las velas de una barca, siempre en posición de ser movidas por esa brisa, hacia un lado y hacia el otro, en perfecta armonía, dóciles a su vaivén, de manera que esas velas no se estropeen, ni se rompan nunca, serán las compañeras de viaje para poder navegar por esta vida, guiados por el Espíritu Santo hacia nuestra meta definitiva, el cielo.
Si Jesús se fija en el aire para hablarnos del Espíritu Santo, por algo lo haría. Jesús aplica al Espíritu Santo la naturaleza y la acción del aire, el movimiento de las hojas, la arena que levanta a su paso, el aire no lo vemos pero notamos sus efectos.
Él ha puesto su morada en cada uno de nosotros, y desde ahí, de lo más íntimo de nuestra intimidad, nos susurra, nos incita, nos recuerda su Palabra, nos pone en marcha o nos acalla.
Para avivar el don del Espíritu necesitamos de la oración, es una necesidad, forma parte de nuestra vida y tenemos que presentarnos ante ella con nuestro verdadero yo, con la plenitud de mi verdad.
La madre Teresa de Calcuta en una de sus maravillosas reflexiones dijo: “El fruto del silencio es la oración, el fruto de la oración es la fe, el fruto de la fe es el amor, el fruto del amor es el servicio, el fruto del servicio es la paz” y ésta es la paz a la que se refiere Jesús dos veces “¡Paz a vosotros!” (Juan 20, 19-20) y en otras ocasiones en las que se presenta a sus discípulos.
La Paz nace de una renovación del corazón humano que sólo es posible por obra del Espíritu Santo.
Esa Paz, Señor, es la que yo quiero tener en mi vida. La Paz de mi trabajo bien hecho, la Paz que me hace estar bien con los demás, sonreír y dar lo mejor de mí. Paz que quiero recibir de ti y que yo deseo transmitir a los demás en mi mirada y en mis labios. Paz que llene a los demás como tú me llenas a mí.
SUSI CRUZ
Extraído de DABAR Año XXXIX – Número 31 – Ciclo C – 19 de Mayo de 2013