sábado, 4 de mayo de 2013

EVANGELIO DEL DOMINGO: Hacer morada


Dice Jesús que él y el Padre harán morada en el que guarda su palabra. Porque el que le ama guardará su palabra, y el Padre lo amará, y vendrán a él. Así leído, el esfuerzo, el movimiento, todo el trabajo lo harán Jesús y el Padre. El creyente sólo tiene que amar, guardar la palabra y esperarles. También le llegará el Espíritu a recordarle lo que vayan olvidando, o no entendió bien la primera vez. Y todo esto ocurrirá en medio de la paz de Jesús, que nos da para que no tiemble nuestro corazón ni suframos cobardía. Porque Él se va, pero volverá. Y aprenderemos a alegrarnos de que se vaya al Padre, como los niños aprenden a no entristecerse cuando la madre se va, porque vuelve con una golosina.
Guardar la palabra significa creérsela, y también vivir conforme a ella. La Palabra de Jesús anuncia grandes mejoras en la vida de los que la guarden, porque serán capaces de desarrollar el amor que el Espíritu de Dios les ha puesto en el corazón. Vivirán conforme a los designios del amor, no según los del mundo, y medirán todo con esa medida del amor que consiste en amar sin medida. En este tiempo de tanto palabrerío insustancial, reconforta una Palabra sólida, que habla de asuntos como guardar,
acoger, permanecer y hacer morada. Palabras que nos dan un sentimiento de seguridad y refugio que nos hace mucha falta. No nos prometen que vendrán a vernos un ratito, sin mucha implicación. Es que vendrán a quedarse. Me encanta la expresión “hacer morada”: me suena al que viene dispuesto a quedarse, con trabajo y esfuerzo, a acoplarse a las costumbres de la casa, a las duras y a las maduras. No es Jesús de los que “pasaban por aquí” y se dejan caer, sin trascendencia ni compromiso. Hace suya la morada y acampa entre nosotros.
Estas palabras de Jesús son garantía de su acompañamiento permanente. Y, si algo no sale, si nos sentimos tentados a abandonar la buena senda, tendremos al Espíritu para recordarnos el mensaje. Acogeremos la Palabra de Dios, el Amor de Dios, y Él vendrá a nuestro lado. Dios está con nosotros, y basta nuestro deseo sincero de Su presencia para que Él venga y se quede.
Estamos acostumbrados a ver todo esto como una maratón. Dios allá arriba, en algún punto alto y bastante inalcanzable, dictando montones de normas y condiciones que nos dificulten el camino hacia su compañía. Y aquí el montón de pecadores, a codazo limpio, recorriendo el camino de sufrimiento y preocupación, acumulando méritos e indulgencias para llegar los primeros… ¿a dónde?
Debe ser que padecemos analfabetismo selectivo. ¿En cuantas ocasiones a lo largo de las Escrituras se nos habla del amor incondicional de Dios hacia el hombre? ¿Cuántos judíos requetecumplidores de montones de normas estrechas reciben el beneplácito de Jesús? ¿Y cuál es su comportamiento habitual: acoger al pecador y perdonarle, o condenarle porque se sale a menudo del camino marcado por la ley?
Una vez más nos transmite Juan lo que está claro y diáfano: Jesús nos ama. Nos ama como reflejo del amor del Dios Padre que le envía a nosotros. Y no tenemos que apurarnos a nada más que a ser nosotros, también, reflejo de lo que recibimos. Lo demás vendrá por añadidura. Si estamos abiertos a ser morada para el Padre, seremos morada para el prójimo. Y morada para el Espíritu.
Termina Jesús con una alusión a ese vicio tan humano de no creer hasta que no vemos. “Os lo digo ahora para que creáis” Que las cosas de Dios, de puro sencillas y cercanas, no nos parecen de Dios si no las revestimos de mágicas y milagrosas. ¿No será una manera de soltar nuestra responsabilidad? ¿O tiene que ver con el miedo que nos da tener a Dios cerca, mirando como perdemos el precioso tiempo en cosas que no atañen a su amor?
A. GONZALO
Extraído DABAR Año XXXIX – Número 29 – Ciclo C – 05 de Mayo de 2013