Jesús se despide de sus amigos. No hace un parlamento muy largo, apenas dos párrafos en los que destila lo esencial de su enseñanza. Sabe que debe insistir en algunas cosas, dejar todo bien claro y grabar en sus mentes y en sus corazones lo más importante. Es sorprendente que, en esa circunstancia, Jesús habla de Espíritu, de conocimiento, de compañía y de amor. Llegamos al final del camino y Jesús pronuncia las palabras más importantes, las que más se han de recordar. Palabras que se referirán a la vida interior de los discípulos, a lo que van a sentir cuando se vean solos, a cómo mantener presente todo lo vivido junto a Él.
Jesús va a dejar a sus amigos. El momento es intenso y emotivo. Sabe que les deja huérfanos, y les promete que volverá. O, más que volver, que no los dejará nunca. No deben sentirse solos, pues en su
interior quedará siempre la presencia del Espíritu. Vivirá en ellos, envolviéndolos en su luz, dándoles vida y pasión, animando sus trabajos por ese mundo mejor que van a construir con su fuerza.
Los discípulos viviremos junto al Padre, viviremos en su cercanía. Porque le conocemos, y sabemos de la vida que nos da. El conocimiento, la cercanía al Padre, nos infundirán empuje y entusiasmo para la convivencia cercana con todas las personas, para la sencillez vital. Uniremos criterios y juntaremos esfuerzos. El recuerdo de Jesús no será una leyenda que se cuenta en pasado, con más o menos emoción, ni se quedará en los libros y en las mentes. La vida de Jesús será vida en nuestras vidas y se revalorizará cada día, estará presente en nuestros corazones, alegrando y llenando de esperanza las horas de trabajo.
No estaremos solos. En la medida en que sepamos mantener viva en nosotros la llama del amor de Dios, si sabemos hacer vida de las palabras, seremos auténticos seguidores de Jesús. Jesús nos presenta al Padre de la vida verdadera, creativa, gozosa, compartida y fructífera. Si mantenemos nuestra cercanía a esa fuente, nos mantendremos en esa energía, con la frescura original. Y Jesús nos ofrece exactamente eso: la manera de no perderle, de estar en él y en el Padre. ¿Cómo? Con conocimiento, buscando saber más de las cosas de Jesús, aprendiendo siempre, alimentando la curiosidad y las ganas de saber. También manteniendo la cercanía, en el rato de oración diario, en los breves momentos de dedicación de las tareas, en la visita frecuente, por breve que sea, al Santísimo. Y, sobre todo, acercándonos a disfrutar de su amor: en la Comunión, en el Perdón, en todos los momentos del día en que saboreamos el ser sus hijos predilectos.
El conocimiento de Jesús, la cercanía del Padre y el amor del Espíritu se irán notando en nuestras vidas. Una comunidad de creyentes que se teje con estos mimbres, necesariamente hará visible el mensaje que nos llega en esta lectura. El espíritu más allá de la letra; el amor más allá de la doctrina, la vida entregada más allá de la norma.
Los cristianos, a veces, nos sentimos tentados a vivir abatidos por las prohibiciones, las normas y el qué dirán. Textos como el que hoy nos transmite Juan deberían bastarnos para dejar atrás ese comportamiento de una vez y para siempre. Andamos necesitados de ánimo, de alegría, de luz, de entusiasmo y de fuerza. Volvamos a los evangelios, volvamos al espíritu de Pentecostés, y nunca nos faltará de nada.
A. GONZALO
Extraído de DABAR Año XLII – Número 32 – Ciclo C – 15 de Mayo de 2016