viernes, 8 de abril de 2016

Evangelio del domingo: A orillas del lago

Hoy Juan en su último capítulo nos deja una conversación de lo más íntimo y profundo entre Jesús y Pedro y nos deja claro cuál es la misión de la Iglesia.
El paisaje familiar del lago Tiberíades, la barca, los pescadores, todo parece repetir el contexto de la primera llamada a los discípulos, pero esta vez Jesús no es simplemente el Maestro, es el Señor.
Jesús está junto al lago donde los discípulos trabajan y los atrae hasta Él, Pedro arrastrando las redes con los peces es la imagen del pescador de hombres que nos lleva hasta Jesús, gracias a la docilidad de la Palabra, para interrogarnos a todos, al igual que a Pedro, sobre el amor.
Jesús les espera al término de su trabajo, con el fuego encendido y preparando el desayuno a sus discípulos. Jesús les invita a todos a compartir la Eucaristía, el pan calentito y reconfortante de la Eucaristía, todos juntos en un convite fraterno, Él ya ha puesto el pescado, pero quiere que traigan un poco de su pescado, conversa con sus amigos, se interesa por ellos, come en la misma mesa y se coloca en el mismo plano de humanidad, deja claro que no se puede empezar la misión estando separados, no es posible tomando distancias.
Jesús se lleva aparte a Pedro, parece el momento del rendimiento de cuentas, la triple pregunta remite a la triple negación: “¿Simón me amas más que a éstos?”
Y yo que soy madre, me ha venido a la cabeza, esa pregunta que muchos padres hemos hecho cantidad de veces a nuestros hijos: ¿Hasta dónde me quieres? Y ellos abriendo sus brazos con fuerza dicen: ¡Hasta aquí y hasta el cielo! Con estos juegos les enseñamos a los niños que el amor no tiene límites, les enseñamos la verdad más honda de la vida, que lo más importante para nosotros es su amor.
Jesús quiere hacerle ver a Pedro, que lo único que le importa es su amor. El amor verdadero que mueve hacia la voluntad, no el sentimental, el amor que mueve a hacer todo aquello que le gusta a la persona amada, el amor que mueve a la disponibilidad para seguir a Cristo, no por el camino de los privilegios, intereses, sino por el camino de la cruz.
Para el Señor es suficiente que la experiencia negativa de Simón no haya insensibilizado su capacidad de amar. “Apacienta mis corderos”, te confío a mis ovejas, o a mis corderitos, que son lo que más quiero. El amor que Pedro, perdonado, debe a Jesús, deberá revertir sobre los demás. Ahora que ha experimentado la propia debilidad, que ha sentido la necesidad del perdón, conoce la humildad, estará dispuesto a comprender y compadecerse de los hermanos y a llevar a cabo su misión.
Al igual que a Pedro, el Señor necesita entablar con nosotros un diálogo, un diálogo entre corazones, quiere unirse a nosotros a través de la ORACIÓN, ese diálogo que nos parece tan difícil pero que es tan sencillo como responderle que le amamos, necesita saber si nosotros nos damos cuenta de cómo siente Él su amor, necesita saber si arde nuestro corazón cuando tendemos la mano a nuestro hermano, si arde nuestro corazón cuando sentimos el dolor del otro, si arde nuestro corazón al recibir el perdón. En definitiva no se trata de un amor formal, ni de cumplimiento de deberes, necesita que le amemos de verdad, si queremos su acompañamiento, si queremos comer con Él y trabajar con Él, si nuestras obras y acciones son fundamento del amor.
También los apóstoles conocían muy bien su oficio de pescadores… Comenzaron a aprender de verdad, una mañana cuando alguien, dejándose ver el perfil a la orilla del lago, lanzó una pregunta: “¿Tenéis pescado?”
Es necesario que alguien nos pida algo para que caigamos en la cuenta de que somos expertos…en tener las manos vacías.
SUSI CRUZ
Extraído de DABAR Año XLII – Número 27 – Ciclo C – 10 de Abril de 2016