viernes, 20 de noviembre de 2015

Evangelio del Domingo: Jesús, ¿rey?

Antes de rey miro a Jesús, el testigo, el testigo de la verdad. Al que le ha sido dado conocer los designios del Padre y, por eso mismo, el que ha sido revestido de majestad para participarnos en esta tierra del mensaje del Reino de Dios.
Jesús, nacido para ser ungido rey. Venido al mundo para presentarse ante los pueblos mostrando las grandes galas de su reinado: la humillación pública del inocente detenido, juzgado y sentenciado; la conmoción de su sacrificio cruento para purgar en él nuestras culpas; la radiante iluminación de ser resucitado y mostrarnos en él el camino al reino de vida.
De verdad que no se concibe un reino así en esta tierra: un reino que no se imponga por la fuerza ni que se defienda con ella. No hubo lujo ni riquezas en la corte de Jesús. Ni palacios. Fue una corte sin ejército que la protegiera ni cortesanos aduladores que buscaran su propio provecho.
A decir verdad, sus cortesanos rivalizaban en entrega, dedicación y servicio a prójimos y ajenos. Ya hicieron renuncia de sus bienes y su comodidad al seguir a Jesús. Luego, cuando el rey se fue para volver al Padre, renunciaron incluso a la propia tierra para contarle al mundo que hay un Reino que no ofrece beneficios materiales. Los discípulos se lanzan al mundo a ofrecer Amor, sin más. Es difícil de comprender. Claro que tampoco se comprende un rey, Cristo Rey, que acepta consciente su corona para ser inmolado, aunque sea por Amor a la humanidad.
Tengo claro, muy claro, que su Reino no es de este mundo: leo las noticias cada día y parece que aquí en la tierra no haya lugar para un reino de Paz ni de Amor. Pero hay algo en este Rey que me hace rendirme a él incondicionalmente: su testimonio. ¿Qué conoce Jesús de la voluntad del Padre para entregarse voluntariamente a semejante sacrificio? ¿Cuánto Amor le movía para contagiar en esa misma entrega a aquellos primeros discípulos? Y de todos los siguientes, porque no puedo olvidarme de tanta gente creyente que confiada a su ejemplo han vivido su vida para darse a los demás.
Viendo el amor que derrochan sus súbditos ¡qué gran rey tiene que ser éste!
Sigo pensando en ti, Jesús, y cómo entregarme a ese Reino. No sé, Señor, si mereceré ser de la Verdad, pero concédeme el privilegio de que se haga el silencio en mi cabeza atribulada para dejar que suene tu voz.

CONCHA MORATA
Extraído de DABAR Año XLI – Número 60 – Ciclo B – 22 de Noviembre de 2015