sábado, 3 de octubre de 2015

Evangelio del domingo: UNIDOS

Tanto es el amor de Dios por el ser humano que su soledad es motor de su acción, "No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él" (…) “el Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al hombre, haciendo una mujer, y se la presentó. El hombre dijo: "¡Ésta es hueso de mis huesos y carne de mi carne!” Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne." (Gen 2,18-24) Quienes han hecho esa experiencia de unirse a otro saben que ser una sola carne no es tan sencillo como unirse bajo un mismo techo.
En la gracia del encuentro afectivo somos complementados por otro, solo si asumimos que somos incompletos, algo que no se produce siempre. Dios sí lo asumió y busca mostrarnos en ese encuentro nuestra necesidad de una “completud” todavía mayor, ese amor humano es signo de un amor mayor, más perfecto… nos habla de él, nos evoca otra necesidad, provoca en nosotros un deseo de más y nos convoca a su encuentro. Dios asume nuestra necesidad encarnar su amor en otro ser que nos ame lo más parecido a cómo Él nos ama; sin miedos, sin límites, sin méritos, sin esperar recompensas, sin esperar cambios, sin desearlos siquiera, … un amor sincero y verdadero, que nos permita ser como somos, que nos dé alas ayudándonos a aferrarnos a nuestras raíces, que nos cobije cuando en la vida nos vienen mal dadas,… capaz a la vez de no aportar nada útil y de aportarlo todo, que nos hace notar su ausencia y añorar su presencia, que nos sostiene cuando nos fallan las fuerzas, que nos acaricia cuando creemos no merecer ninguna caricia, que nos sonríe cuando lloramos por dentro, que nos abrace cuando nos sentimos demasiado expuestos o algo se nos quiebra por dentro, que esté en el momento de la fragilidad, sin querer evitárnosla, sin ayudarnos a evadirnos del sufrimiento, sin secar demasiado pronto nuestras lágrimas, alguien ante quien llorar sin miedo y sin pausa… alguien con quien hablar de todo y de nada, a quien expresar lo que somos y sentimos, nuestra existencia y cada experiencia, la vida, con sus tragos de vino y sus amargos cálices... alguien a quien desear no perder nunca, a quien no olvidaremos jamás, a quien amar y recibir su amor.
Alguien a quien amar, alguien por quien ser amado… para con valentía abandonar la casa propia del padre y la madre, abandonar cobijos artificiales, seguridades juveniles, protecciones innecesarias, criterios de otros, formas familiares de relacionarse, dialogar y convivir,… para ir hacia otro lugar, por construir, un lugar que cada día vamos juntos definiendo, consensuando cómo vivir la vida, al servicio de quién, desde qué prioridades, bajo qué criterios, evangélicos o no, tomamos decisiones: qué y cuánto comprar, qué y cómo consumir, dónde tener nuestro dinero, tener casa o no, cómo es mejor vivir la vida, qué modelo de persona, de familia y de trabajador vamos siendo, cómo educar a nuestros hijos, cimentándolos sobre roca pero aprendiendo a convivir con las arenas, también como necesarias,… asumiendo la responsabilidad de las opciones y decisiones.
Qué bonito suena todo y qué difícil es. Quizás ese primer paso de ‘abandonar la casa propia del padre y la madre’ nos parece más sencillo, pero no y es el más necesario, sí nuestros padres se quedan en su casa, pero la mochila viene con nosotros y en ella llevamos sus formas de relacionarse, de dialogar, de callar, de mirar hacia otro lado, de convivir, de construirse, de ser y de hacer familia,… y esa no se queda, viene con nosotros… y no son cosas fáciles de identificar, pero además una vez les hemos puesto nombre, no sabemos muy bien que hacer con ellas… Que difícil generar juntos algo que aunque muchos se engañen no empieza nunca en cero, para construirnos en cada uno hay cosas que destruir, que encajar, que pulir, que reubicar,… y sobretodo hay mucho que dialogar, que no es lo mismo que hablar, hay que escuchar, expresar, sentir, pensar, poner en común, ponerse en la piel del otro, soñar, creer, confiar, amar, perdonar, aceptar, acoger, discernir, … ¡son tantas!
Aunque nos cueste, ya no somos dos, sino una sola carne, unida por Dios, y para ello necesitamos cada día apostar por amarnos mejor, escuchar sus necesidades, compartir las nuestras, construir desde la igualdad, dialogar mucho aunque cueste, no mirar nunca hacia otro lado, no pesar ya se le pasará, reconocer nuestras debilidades e impotencias, nuestra incapacidad de cambiarnos y convertirnos, nuestros miedos profundos, perdonarnos y perdonar todo, sentir el amor compasivo de Dios hacia nuestra finitud,... para poder construirnos como personas desde ese amor y construir juntos una nueva familia, para que “Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”.
ELENA GASCÓN
Extraído de Dabar. Año XLI – Número 53 – Ciclo B – 4 de Octubre de 2015 

Editorial Verbo Divino EDV.