domingo, 15 de marzo de 2015

4º domingo de cuaresma: La luz vino al mundo

La fe ni es una tragedia, ni es una ideología
A veces confundimos estas palabras: «fe» con «creencias». Otras veces decimos que «somos creyentes» cuando, en realidad, profesamos y hacemos pública una ideología, sea la que sea. El evangelio de hoy nos habla de Dios y de su plan, que es de amor y de salvación. Ahí nace y se fundamenta la fe, en la aceptación gozosa de estas palabras. Lo demás, es ideología, aunque sea religiosa.
La fe no es una tragedia. Todos conocemos personas que viven su pertenecía a la Iglesia o la profesión de un confesión religiosa de forma trágica. Cuando les oímos hablar de Dios, de Cristo, o de la Iglesia, no dan ganas de «hacerse cristiano», en lenguaje coloquial, sino de «huir» de lo que ellos proponen, como si de una enfermedad contagiosa se tratara. Son personas que siguen viviendo a Dios como a un «tirano» que pide cuentas al ser humano; a Cristo como el «modelo del sacrificio» para agradar al Dios cruel. Ven la Iglesia como la «madrastra» siempre enojada que está todo el día llamando la atención. Si esto es así ¿merece la pena hacer esta profesión de fe? ¿Podemos ser felices algún día en este camino? Sin embargo, la fe cristiana, bien entendida, no es en absoluto así; la fe cristiana, tal como la presenta Jesús en su evangelio es un «don precioso».
La fe ilumina y da sentido. 
Otros viven la fe como una ideología. Comparten unas «creencias», más o menos racionales, más o menos útiles para la vida. Aún más; las creencias pueden ser oscurantistas,
extrañas o incluso estar sometidas al temor y al miedo. La fe, por el contrario, se define por el «encuentro» que lleva a la confianza en el otro. La fe se abre y confía en el Dios que ama a la humanidad, y al ser humano concreto, manifestándolo en la entrega de su único hijo. La «luz», la «confianza», la «alegría» pertenecen a la fe. Por el contrario, el que se esconde o huye de Dios, es esclavo de miedos o comportamientos no confesables.
La fe es creer en Dios salvador. 
El texto de Efesios que leemos se adentra en la cuestión que abordamos: cuando éramos pecadores, esto es, cuando no teníamos nada que ofrecer, él mismo nos ha salvado, porque ha querido. San Juan insiste en lo mismo desde otra perspectiva: el exceso del amor de Dios por sus criaturas se manifiesta en que ha enviado a su propio Hijo para que toda la humanidad entre en el misterio de la salvación. Creemos en un Dios que da vida, que quiere nuestra felicidad; en términos teológicos, que nos «salva», librándonos de nuestras mil esclavitudes y llenándonos de él mismo. La «condena» no pertenece a Dios; el rechazo de esta voluntad de felicidad la fragua y la lleva a cabo el propio ser humano en su dureza de corazón.
PEDRO FRAILE
Extraído de DABAR Año XLI – Número 20 – Ciclo B – 15 de Marzo de 2015