viernes, 12 de diciembre de 2014

3er domingo de Adviento: "El profeta que descubre al Dios camuflado"

El profeta que descubre
Nuestra comunidad está constituida sobre algo tan vivo y claro como es la Palabra. Eso quiere decir que, en ausencia física de quien es nuestro fundamento, Jesús, nos queda su mensaje y el signo material de su presencia que es, a su vez, el signo material de nuestra propia existencia, la Eucaristía.
El encargado de traducir y actualizar esa Palabra era, en Israel, el profeta, cuya tarea le surgía por vocación, no como profesión, y a la que se dedicaba desde el sentimiento profundo que le ocupaba y preocupaba la vida para despertar la esperanza de quienes andaban sometidos a la experiencia de las limitaciones y privaciones, los abusos y la prepotencia, para cambiar su suerte y advertir a los causantes de su situación que todo tiene un plazo, que todo es susceptible de cambio, que la suerte puede tornarse y el futuro no ser similar al presente. Por eso su palabra sonaba bien a unos, como liberación, y mal a otros, como amenaza.
Pero si todo puede y debe cambiar, lo más urgente es el cambio del corazón, campo de todas las batallas encarnizadas y violentas que el ser humano vive en su interior en donde se deciden los grandes acontecimientos que afectan a la humanidad.
Entre los cristianos, esa tarea, de traducción y actualización, la realiza toda la comunidad, si bien algunos tienen el encargo de recordárnosla para despertar la participación y la vitalidad de nuestra fe personal. Es lo que hace Pablo cuando se dirige a los creyentes de Tesalónica, primerizos en su condición de cristianos, poco formados todavía y necesitados de orientación.
Al Dios camuflado
¡Qué le corresponde vivir a un cristiano!, preguntaríamos hoy. Pablo, el apóstol, fundador de aquella pequeña y novata comunidad les orienta: Imprescindible: Mostrar la alegría vital que brota de la fe, mantener una relación fluida y frecuente con Dios, alimentar la esperanza, tan necesaria, acudiendo a la celebración de la comunidad en torno a la Eucaristía. El resultado será que nos convertiremos en señales orientadoras para que puedan encontrarse con Dios tantas personas necesitadas de cambio, cambio de ojos, de horizontes, de sensibilidad, de corazón, de... tantas cosas que les den lo que solo Dios puede dar.
Y si Dios ha tomado la decisión de vivir siempre camuflado entre lo cotidiano de nuestro entorno, necesitaremos a quien pueda señalarlo con claridad y abrirnos los ojos y los oídos para percibirlo y sentir su cercanía ya que no podemos verlo.
El profeta que puede hacer eso es Jesús. Sólo Él es quien nos dirige en la oscuridad y se convierte en la luz que ilumina nuestro proceso de búsqueda para poder encontrarnos con el Dios que es, a la vez, Misterio y Proximidad, Inmensidad y Pequeñez. Eso es lo que hacemos en Adviento, preparar nuestros ojos para descubrirlo en la naturalidad sencilla y pequeña de un Niño que nace. Porque Dios es sorprendente como un niño, es futuro también y nos puede llenar de energía vital, como hacen los niños que rejuvenecen a los abuelos.

JOSÉ ALEGRE ARAGÜES
Extraído de DABAR Año XLI – Número 4 – Ciclo B – 14 de Diciembre de 2014