domingo, 5 de enero de 2014

Lectura del domingo: ...Y ACAMPÓ ENTRE NOSOTROS.

“Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros…”
Carne que crece, débil y frágil, en manos del hombre; carne que siente, trabaja, sufre y ama; carne que se rasga y rompe. No vino en gloria y majestad, etéreo, transparente, luz y resplandor divino. Vino en carne, y en carne infantil a merced de los hombres.
Así es nuestro Dios, para escándalo de algunos e incomprensión de muchos. Un dios débil y frágil que nos necesita para su proyecto. No se impone, propone una vida de amor amando y cuidando de él y él de nosotros.
No pasó por el mundo; acampó, puso su casa y su vida en él. Se quedó hasta las últimas consecuencias humanas: la muerte y muerte de cruz.
Hizo del mundo su vida y su historia. Nos ofreció un Reino de Amor y “El mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron”.
Rechazamos el amor regalado, la entrega de un Dios que crece con el hombre en su mundo y su historia.
Nos gustan más los “fuegos artificiales”, los suntuosos santuarios, las grandes manifestaciones religiosas… Los “becerros de oro” envueltos en lujo, misterio y poder. Eso pedimos de un dios: “que se le note”; no como a Jesús, hombre entre los hombres, que caminó con pies de hombre, trabajó con manos de hombre, amó con corazón de hombre… “y el mundo no lo conoció”.
Y nosotros… ¿lo conocemos? ¿o solo adoramos de él la imagen divina de un dios que se paseó por el mundo y hoy está en los altares?
Humildad, serenidad, paciencia, bondad, firmeza y su libre y absoluta entrega al amor incondicional de Dios y a lo más oscuro y ruin del ser humano. ¡Y nos llamó hermanos! Y nos dio a conocer al Padre,
A veces mi sorpresa, indignación, incomprensión, y asombro se entremezclan para dar paso a los más tristes y a la vez más tiernos sentimientos. La emoción torna en alegría y esta en lágrimas de tristeza y profundo agradecimiento.
Cristo sigue descolocándome, haciendo temblar a los que creía firmes cimientos de mi vida, porque siempre va más allá; y es que Dios no puede nunca dejar indiferente.
Como dijo San Bernardo: “Grandes y manifiestos son, sin duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el nombre de Dios”.

Extraído de DABAR Año XL – Número 1 – Ciclo A – 5 de Enero de 2014
CONCHA MORATA