Es así de simple, yo Juan quiero dar testimonio de que Jesús no es un profeta más, sino que en él se cumplen las promesas que Dios había manifestado a su pueblo. Jesús es quien Dios me había anunciado que vendría tras de mí, un hombre que me hace pequeño, uno que “está por delante de mí, porque existía antes que yo.” Juan, el valiente y apasionado profeta, la voz que clama en el desierto; preparad el camino hacia Dios, haced rectas todas las sendas, convertíos y creed, es quien logra ver en Jesús a alguien más que a un galileo de tantos que se ha acercado para escuchar su mensaje.
Como reconoce en la reciente Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, el Santo Padre Francisco “una mirada de fe sobre la realidad no puede dejar de reconocer lo que siembra el Espíritu Santo“, Juan logra ver desde una mirada de fe que Jesús es algo más que lo que aparenta. ¿Cómo logra proyectar luz sobre la naturaleza oculta de Jesús? Debemos aprender de Juan para poder descubrir quién es Jesús de Nazaret, cuyos pasos decimos seguir: la humildad, de quien teniendo seguidores reconoce en seguida que debe hacerse seguidor, la capacidad de discernir e interpretar los signos de Dios en la historia, de ver luz donde otros siguen viendo oscuridad y tinieblas, una luz tal que puede iluminar la esperanza, la capacidad de descubrir el verdadero rostro de Dios que no encaja con nuestros estereotipos, frente a la imagen del dios-juez que arrasará a los que no vivan según sus mandatos, Juan acepta que no conoce el verdadero rostro de Dios, que seguramente ese Dios poderoso y exigente que guió a sus antepasados por el desierto podría manifestarse en el vuelo sosegado de una paloma que anuncia la presencia del salvador. Juan intuye en Jesús que ese dios alejado de la ternura y el amor sin condiciones pueda estar lejos del verdadero Dios.
¿Podemos aceptar nosotros que el Dios todopoderoso en el que creemos es más bien impotente y que sólo es omnipotente en el amor, el perdón, la aceptación, la ternura, la misericordia…?
Cerremos los ojos, intentemos conectar con nuestro interior e pongamos nombre a en qué Dios creemos. Es juez, produce miedo, está cerca o anda lejos preocupado en sus asuntos, es padre distante o amoroso, es todopoderoso o impotente salvo en amor, es dios norma a quien debo de satisfacer cumpliéndolas, me quiere sólo porque son bueno o cuando lo soy o es un Dios bueno que me ama sin límites, es Dios fiesta que celebra la vida… pesemos en que imágines me veo reflejado y cómo me comprometo a trabajarlas para vayan pareciéndose más a ese Dios de Jesús de Nazaret que tanto desconcertó al Bautista. Abramos como Juan a la acción del Espíritu Santo que nos acerca al rostro del Dios que predicaba el verbo que se hizo carne, de quien es la posibilidad de comunicación entre Dios y el hombre.
Extraído de Año XL – Número 12 – Ciclo A – 19 de Enero de 2014
ELENA GASCÓN