Ellos no entendían nada…, nosotros seguimos sin entenderlo 2000 años después. ¿Realmente?
A veces mi maldad me lleva a pensar que no es falta de entendimiento, sino la pura realidad de la debilidad humana.
“…el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”.
Para seguir a Jesús, hay que servir, como él bien dijo. ¡Qué peligroso es el “hay que”!
No podemos basar nuestro ser cristiano en una serie de normas morales y de conducta; eso es ideología, de la buena, pero ideología.
Debemos siempre preguntarnos por la fuente, por la experiencia que lleva a Cristo a estas convicciones. La respuesta es siempre la misma, la única: el Amor.
El servicio cristiano y no cristiano, el auténtico, el de verdad, nace de la profunda experiencia del amor.
El mismísimo Dios, ama tanto al hombre que manda a su único hijo a su servicio.
Dios mismo sirviendo al hombre. Por amor.
Llegar a la experiencia del amor es un don que hay que pedir con humildad; es fruto de la fuerza del Espíritu. De eso Jesús sabía mucho.
No puedo obligarme a amar : puedo obligarme a ser educada, dispuesta, servicial, pacificadora, atenta, prudente…, pero el amor es una experiencia de relación y un don.
Los que tenemos la experiencia de la paternidad, creemos acercarnos a ese servicio que nace del amor; de la profunda e intensa relación con nuestros hijos. Es lo más parecido al Amor de Dios.
Sin embargo nos bombardean las noticias de padres que no aman a sus hijos, que los maltratan, que los venden, que los abandonan a su suerte, que los esclavizan, que los desprecian, o, sencillamente, que vuelcan sus frustraciones y deseos en sus vidas.
Estos hechos ponen en evidencia que el amor no es un derecho que se adquiere con las circunstancias o el tiempo. El amor es un don profundo y real que Dios ha puesto en mi.
Es su deseo y su regalo, pero para poder vivirlo, necesito penetrar en mi, ahondar en mi interior, buscar al Dios/Amor que me habita y se manifiesta en los acontecimientos y personas de mi vida y dejarlo hacer.
Mi servicio, mi felicidad y mi Humanidad (sí, con mayúsculas), dependen de ello.
Extraído de DABAR Año XLI – Número 55 – Ciclo B – 18 de Octubre de 2015
CONCHA MORATA