domingo, 10 de marzo de 2013

El gran corazón de padre


¡Vaya sorpresa! Qué alegría poder escribir sobre la Parábola del Hijo Pródigo, reflexionar sobre ella dio un giro total a mi vida, la hice mía, personal, es el retrato de cada uno de nosotros. Seas quién seas, siempre estás representado en uno de los personajes de la historia. Tal vez seas el hijo menor que quiere regresar a los brazos de su padre… o el padre que espera con los brazos abiertos a su hijo…o el hermano mayor celoso y orgulloso que cree que lo tiene todo, menos lo más importante el amor, o tal vez en los dos.
Es la parábola de Dios Padre, del corazón de Dios, es la que define nuestra relación con Él.
Esta historia no habla sólo de perdón…. aunque está presente en el silencio del encuentro… el hijo que lo pide a gritos y el padre que lo otorga sin condiciones… el gran mensaje, es la misericordia, es la compasión, que brota desde lo más profundo del corazón para volcarse en amor sobre la miseria del que sufre…ese es el amor de Dios que nos brinda a cada uno de nosotros.
“Su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello, y se puso a besarlo” (Lc 15, 20) gesto que habla de más de mil palabras. Ese beso y ese abrazo que envuelve con su paternidad y le devuelve la dignidad a su hijo. Ese es el protagonismo del Padre, devolvernos a ese lugar olvidado.
Nosotros buscamos hacernos un lugar en esta vida, pero nos olvidamos del Señor, del Dios que nos guía en nuestro camino.
Me vienen a la cabeza la otra cara de la moneda, personas que nos encontramos diariamente en la calle, que bien pueden ser el hijo pródigo…deambulando sin rumbo fijo, pidiendo limosna, tal vez para saciar su adicción, o llevarse un bocado de comida a la boca… no lo sé…tampoco conozco las circunstancias que les ha tocado vivir…. Y no hablemos del maltrato a los hijos, abandonos… acaso no sentimos envidias, recelos y orgullo por los demás, cuando pensamos que son mejores.
Todos estamos en las mismas condiciones, representados en los hijos de la parábola, pero seguimos juzgando, condenando a los demás, seguimos creyéndonos mejores.
Este es el mensaje: la forma a la que estamos llamados a amar, amar al otro y perdonar con el mismo amor generoso que el Padre nos perdona a nosotros.
Jesús deja claro en la parábola que el Dios del que habla es misericordioso y da la bienvenida y acoge encantado a los que se arrepienten, no importa cuál sea su sufrimiento.
Me sorprende, a veces, el sufrimiento, es en él donde se forman los grandes hombres y mujeres del mundo, que lo trastocan, lo entienden y sienten de una manera especial, el dolor hace que el hombre sienta la necesidad de Dios, necesita de su compañía, y el dolor pasa a convertirse en motivo de alegría.
Hace unos años leí los libros “El regreso del hijo pródigo”, y “Esta noche en casa” de Henri Nouwen, me impactaron, me ayudaron a analizarme a mí misma, analizar mi labor como madre, como hija y como persona, y me llevó a mi conclusión final ¿cómo es mi Dios?
Un Dios que desde el comienzo, ha extendido sus brazos misericordiosos, sin forzarme, dejándome libre para poder actuar, pero esperándome siempre, sin dejar que sus brazos caigan y esperando que yo y que cada uno de sus hijos vuelva, para hablarles con palabras de amor, sin importarle mis errores, ni mis caídas y dejando que sus brazos cansados descansen en mis hombros con ternura y cariño.
Gracias Señor, porque tu amor incondicional hace que tu perdón sea infinito.
Gracias Señor, porque tu perdón es siempre motivo de alegría y felicidad.
SUSI CRUZ
Extraído de DABAR  Año XXXIX – Número 18 – Ciclo C – 10 de Marzo de 2013