domingo, 24 de febrero de 2013

EVANGELIO DEL DOMINGO: Haremos tres tiendas


Es curioso como el evangelio nos muestra que los discípulos de Jesús no entendían nada, hasta reconoce que se adormecían en los momentos importantes, quizás porque no los identifican como tales, en el texto de la transfiguración que nos ocupa esta semana cuando acompañaron a Jesús a lo alto del Tabor, para orar, Pedro y sus compañeros se caían de sueño. Se duermen cuando Jesús va a orar para confrontar su vida, también en Getsemaní antes de la pasión se duermen, ajenos al drama que
acontecía a su alrededor. Quizás así sea la naturaleza humana, nos cuesta entender la importancia de orar la vida, de acompañar en el silencio, de permanecer cercanos en la distancia, de contemplar al hombre, la importancia de estar, escuchar, mirar, acompañar. Nos adormece el silencio, la escucha paciente, el encuentro con uno mismo y con Dios.
Cuando vamos a visitar a un enfermo lo hacemos por cumplir, porque así alguien de la familia se puede ir a comer o a duchar, porque el enfermo o un familiar se entretengan charlando, porque es lo que está bien,… pero no entramos en contacto con la fragilidad de la realidad humana, no nos abrimos a sentirnos inútiles ante la debilidad y la enfermedad, impotentes, sin nada que hacer o decir, sin llevar un bocadillo o cumplir un turno… siempre andamos con la tentación de la utilidad, de hacer algo por el otro. Durante el largo proceso de enfermedad de Joseangel descubrí que justo eso que Jesús pide a sus más íntimos era lo único que él nos pedía, acompañadme, venced la tentación de querer hacer algo por mí, venced la tentación de construir una tienda para los tres, contempladme en silencio, regaladme el don de vuestra presencia pero no me traigáis nada, ni comida, ni regalos, ni libros, quiero morir ligero, quiero que seáis tan conscientes como yo de que mi vida se agota y no necesito nada más que vuestro amor, no quiero tampoco aferrarme a vosotros o a vuestras cosas, dejo pasar la vida, ya no está en mi mano aferrarme a ella y sus momentos de felicidad. Y fueran tan pocos los que se dejaron acunar para la lógica de la gratuidad frente a la tentación de aportar, los que saborearon los regalos que fueron los cortos paseos al bar de la esquina para compartir los cafés donde te preguntaba por cómo estabas tú, los momentos en la habitación porque no había fuerzas para salir a la calle, los largos abrazos, las risas, las muecas de dolor, el cansancio, la mirada ida, posada en un punto del techo, las escasas quejas, los silencios, las siestas demasiado largas, los pasos lentos agarrado de tu brazo, las sonrisas sinceras, los no necesito nada más…
¿Hay luz en la cruz o necesita la cruz ser iluminada por momentos de luz que le den sentido o permitan sobrellevarla pacientemente? ¿Son los momentos felices en la vida los que nos ayudan a vivir los de cruz? Sinceramente no lo sé, quizás no sean dos realidades contrapuestas. Intuyo que hay luz en la cruz, pero que por una extraña razón no somos capaces de percibirla, quizás por eso mientras oraba Jesús, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos, para que los discípulos pudieran entrar en una nueva lógica que les permitiera entender, más tarde, eso sí, en el momento no lo logran. El Pedro que en el pasaje inmediatamente anterior a la transfiguración se resiste a aceptar el futuro que anuncia Jesús para sí, ante la vivencia sagrada de descubrir el verdadero rostro de Jesús, su identidad de Hijo, sucumbe a dos tentaciones: la de quedarse ahí, quiere acaparar los momentos luminosos que le proporcionó Jesús y aislarlo de su proyecto y su futuro, convertirlo en objeto de posesión y la de no saber saborear el momento, contemplándolo, Pedro necesita hacer algo. "Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías."
Todos necesitamos luz, y todos tenemos la tentación de aferrarnos a los momentos de luz, de vivir en ellos y por ellos, de hacer algo para que las cosas no cambien. Pero es una tentación, un imposible. Jesús, el inundado de luz es quien atravesó solo una de las noches más oscuras, la noche de la muerte, y no una muerte cualquiera, es quien renuncia a la seguridad que le proporciona la experiencia de luz, a quedarse allí, a vivir fuera del mundo cobijado entre algodones por su Padre, y acepta la realidad del pecado, del mal, de su poder sobre los hombres, acepta la cruz como final posible y acepta que su camino pase por ella, el iluminado por ser ‘mi Hijo, el escogido’ fue crucificado en medio del peor de los fracasos y en un suplicio que sólo merecen los esclavos. Para poder vivir la cruz y encontrarle la luz que puede tener Dios nos dio una clave: Escuchadle. Orad como Él. Venced la tentación de hacer una tienda. Estar, contemplar, acompañar, aferrarse a su luz, saber vivir lo que el Evangelio nos da gratuitamente: la afirmación incondicional de cada persona, por un Dios que sigue diciendo a cada uno: tú eres mi hijo amado, en ti he puesto todas mis esperanzas.
ELENA GASCÓN
Extraído de DABAR Año XXXIX – Número 16 – Ciclo C – 24 de Febrero de 2013