viernes, 19 de febrero de 2016

Evangelio del domingo: Escuchadle

Escuchadle
La escena de la Transfiguración del Señor tiene un objetivo claro: hacernos entender que la Ley y los Profetas (Moisés y Elías), prepararon el camino al que había de venir después. Pero no eran los definitivos. Dios envió a su Hijo para enseñarnos lo que había de ser la Verdad hasta el fin de los días. El relato de la Transfiguración insiste en que Jesús es el único camino, la única Palabra, la única verdad, la vida verdadera.
Los relatos evangélicos acuden a imágenes que sirvan a nuestro entendimiento para llegar a nuestro corazón. Los apóstoles suben a la montaña con Jesús: recorren un camino, no exento de dificultad, en su compañía. Con voluntad de seguirle, y ayudándose unos a otros, y dejándose ayudar por Jesús. Cuando llegan arriba, se sientan. Y aparecen dos personajes a quienes no se oye, ni se ve con claridad. Sólo hay luz en el rostro de Jesús. Se le distingue de los otros. El bueno de Pedro no ve la diferencia, y propone hacer tres chozas, una para cada uno. Refleja nuestra habitual tentación de quedarnos allí
donde nosotros encontramos a Jesús, disfrutar de su compañía, sin volver a nuestro lugar habitual ni intentar que nuestro encuentro con Él nos lleve a cambiar nuestra vida.
La luz del rostro de Jesús, cuando lo contemplamos de cerca, debe ser algo digno de disfrutarse. Y se ve lógica la reacción de Pedro: quedémonos aquí. Pero hay que bajar. Hay que volver y compartir con todos la experiencia de la luz.
Desde la luz entramos a la nube oscura y llegamos al miedo. La oscuridad es una experiencia de la vida espiritual que nos enseña a no perder la confianza en Dios, a seguir creyendo que sigue en nuestra vida, aunque no lo veamos. La nube nos vuelve a enseñar que no todo en nuestra vida se debe a la razón y al dominio de nuestro intelecto. Y nos da la medida de lo seguro de nuestros agarraderos. Si nuestra confianza está donde debe estar, atravesaremos la nube oscura sin daños. Aprenderemos que la confianza en la sujeción de las manos de Dios es lo que nos sostiene cuando el mundo no lo hace.
La voz del Padre nos aclara lo que hemos de sacar en limpio de la experiencia: escuchemos a su Hijo, sólo a El y nada más que a Él. Durante mucho tiempo nos hemos apoyado en la ley y en los Profetas, pero ahora que tenemos a Jesús no nos hace falta nada más. Su Palabra, leída, escuchada y dejada resonar en nuestro corazón, nos dará sustento y guía, y será lo único imprescindible para enseñarnos esa nueva manera de vivir.
Y sólo nos queda guardar silencio. Toda esta experiencia se degusta a fondo desde el silencio interior. No es necesario ponerse a charlar, y a cacarearlo todo a los cuatro vientos. Las vivencias que nos transforman por dentro se acaban trasparentando, aun sin queredlo nosotros. Dejemos reposar lo aprendido, que gane peso y sustancia.
Subir a la montaña, espabilarnos, ver la luz en el rostro de Jesús, querer quedarnos con Él en lo alto, atravesar la oscuridad, asustarnos, escuchar la voz del Padre y guardar silencio. Un recorrido que podemos hacer con plena consciencia, para acercarnos de verdad a la Palabra, para dejarnos transformar por ella. Para ver el rostro de Jesús a nuestro lado y vivir en su presencia. Incluso en la oscuridad, incluso en el miedo.
A. GONZALO
extraído de DABAR Año XLII – Número 17 – Ciclo C – 21 de Febrero de 2016