Ya desde el comienzo del evangelio, Marcos nos presenta la intención de su obra: Que reconozca el lector que Jesús es el Hijo de Dios. Lo que anunciaba Isaías se cumple ahora en Jesucristo. En él, viene Dios. Jesús es Dios, que viene con misericordia a su pueblo, que se le acerca, como pastor, para cuidar de su rebaño. No es el juez implacable que muchos esperaban, sino el pastor amoroso que se preocupa de sus corderos, de sus ovejas. Juan es el heraldo que lo anuncia con un pregón de conversión. Puede más que él -reconoce- y ya no bautizará con agua del Jordán, sino con Espíritu Santo. Solo Dios puede ungir con Espíritu Santo, luego Jesús es Dios. El Mesías esperado, ungido con el Espíritu Santo, ungirá a su pueblo bien dispuesto con el mismo Espíritu Santo; por tanto, habrá un vínculo especial entre Jesús y su pueblo establecido por la unción espiritual: del Padre a Jesús y de Jesús a su pueblo. Salvador y salvados poseerán todos el Espíritu de Dios. En el Ungido, los ungidos serán también hijos de Dios.
¿Esperó Dios a tener a todos bien convertidos y a que todo el mundo estuviera preparado para reconocer a Jesús como su Hijo? Naturalmente, no. De haber sido así, no habría venido nunca. Sin embargo, la pequeña comunidad que surgió en torno a Juan junto al Jordán fue también el núcleo de los que iban a ser el grupo de los discípulos de Jesús. Tampoco hoy va a esperar Dios a que nosotros estemos convertidos del todo para llevar a cabo su plan de salvación, pero viene con su perdón y su misericordia para que andemos en el camino de su voluntad. En la espera de la Navidad, igual que en la de su gloriosa venida, Dios quiere que cada uno de nosotros seamos una calzada sin obstáculos por la que pueda pasar como pastor y salvador.
JUAN SEGURA
Extraído de DABAR Año XLI – Número 2 – Ciclo B – 7 de Diciembre de 2014
Nuevos caminos. Editorial verbo divino (EDV)