No obstante, las palabras que siempre quedan resonando en mi interior son: "...y lloró Jesús".
Estamos en Cuaresma; preparando el alma para dos experiencias complementarias, contrapuestas: el dolor y la gloria. Reviviendo en su máxima expresión las dos naturalezas de Cristo: la humana y la divina.
La resurrección de Lázaro nos anticipa el destino de Jesús: su muerte y su resurrección; y sus lágrimas ante el amigo perdido nos hablan de dolor de Dios. No es sólo el hombre Jesús el que llora ante la tumba de su amigo, es Dios mismo que sufre ante el dolor humano.
Muchos creemos ver al amigo, al hombre Jesús que llora la pérdida y se conmueve con las lágrimas de Marta y María.
Pero más allá, en el fondo, vemos a un Dios que se une al dolor del hombre, que sufre con él, que se conmueve por él, que no es impasible sino cercano y comprometido. Es Amor.
Y el Amor es lo que tiene: alegría y sufrimiento.
¿Cómo podemos hablar de un Dios Amor que no llora?
Me estremezco al pensar el profundo dolor del Padre ante la cruz de su Hijo, sus lágrimas, su sufrimiento...
Me estremece pensar el dolor de Dios ante tanto sufrimiento estéril en este mundo: tantos niños muertos, maltratados, prostituidos, explotados, ...ante la crueldad de la guerra y el desprecio, ...del egoísmo y del abandono, ...de la soledad y la tortura...
¿Puede Dios llorar?
Es el castigo del Amor.
Pero, como aprendemos en este pasaje, el Amor es más poderoso que el dolor, que el sufrimiento.
El Amor genera vida, engendra vida, se alimenta de la esperanza.
La resurrección es pues la consecuencia del profundo e incondicional amor de Dios al hombre: generador siempre de encuentro, esperanza y vida en plenitud.
CONCHA MORATA
Extraído de DABAR, año XL – Número 23 – Ciclo A – 06 de Abril de 2014