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Jesús lo tiene. Sabe comprender el pasado y el presente, y sabe qué esperar del futuro. Conoce a Dios y sabe que la vida de los hombres no le es indiferente. Sabe que saldrá a encontrarse con ellos, que permanecerá entre ellos, que inventará miles de oportunidades para ayudarles a creer, a confiar en Él. Sabe que Su presencia inunda la tierra y la regala a sus hijos mientras duermen. Sabe que la tarea del hombre es despertar y descubrirse en Su regazo, sostenidos por Su misericordia. Sabe que el ser humano necesita el amor de Dios para poder amarse y amar a otros. Sabe que Dios no defrauda nunca, no abandona nunca, no olvida nunca. Sabe que sin Dios el hombre va como perdido, incompleto e inconcluso, malherido y con incierto futuro. Como pollo sin cabeza que dicen en mi pueblo, vaya.
Ningún viento es favorable para el que no sabe dónde va. No sé si la palabra viento viene también de la misma raíz de adviento… pero digamos que sí para jugar con esto un rato. El viento es aire en movimiento. El adviento desde luego es una invitación clara y directa a levantar la cabeza y reconocer que algo se está moviendo. Se mueve y viene hacia nosotros. Es Dios mismo. Como centinelas nos pide Jesús que le esperemos, atentos, despiertos. Dándonos cuenta de que el viento va a soplar y será mejor que sepamos dónde queremos ir para aprovechar su empuje, para vivir de su aliento.
Es redundante decir que viene el adviento. Peor, es incorrecto. El adviento ya está aquí. Ya está aquí lo por venir, lo que esperamos. La noche está avanzada, el día ya se acerca. Y el viento sopla, ¿no lo notáis?
ANA IZQUIERDO
Extraído de DABAR Año XL – Número 1 – Ciclo A – 1 de Diciembre de 2013