Pero no son trigo y uva, sino pan y vino: regalo de Dios al hombre que él debe cultivar, cuidar, trabajar. Regalo y acción, don y cooperación. Dios no nos hace criaturas inútiles que esperan su alimento, sino personas que colaboran con su trabajo, esfuerzo, ilusión, esperanza, creatividad y dedicación a construir el Reino que Él ofrece y al que nosotros, sin merecerlo, contribuimos con nuestro último fin: vivirlo y hacerlo presente. Destino del hombre y voluntad de Dios.
El trabajo, esfuerzo e ilusión hecho alimento y signo de alianza eterna con Dios. ¿Porqué pan y vino y no sacrificios rituales? Porque Dios quiere que su presencia, amistad y relación con el hombre sean alimento vivo y real, pero sencillo y accesible a todos. Nos realiza como personas en su elaboración, nos llena de energía y vida, nos colma y alegra el alma.
¿Puede haber algo más sencillo y, a la par, más sacramental?
La Eucaristía.
Jesús bendice el pan y el vino, pero va más allá, le añade su entrega personal al Reino: su propia vida, su sencilla humanidad, su sacrificio, su cuerpo y su sangre, reales. Su miedo, su soledad, su incomprensión,... pero el amor incondicional al Padre por encima de todo.
Extraído de DABAR. Año XXXIX – Número 33 – Ciclo C – 2 de junio de 2013