Hoy celebramos una de las fiestas más importantes del calendario litúrgico, celebramos que Cristo es el Rey del universo.
Nuestro Rey es distinto a los reyes que ha habido a lo largo de la historia, personas con poderosos ejércitos, con ansias de poder y riquezas. Jesús no tuvo ningún tipo de ambición, ni una vida ostentosa, ni pomposa, ni siquiera vivió en un palacio lujoso, el palacio de Jesús es el amor, y sus
habitaciones son los corazones de tantas y tantas personas que le siguen libremente y contagian la atracción que sienten por Él.
El escritor José Narosky escribió: “Cuando el amor es Rey no necesita palacio”
Nuestro Rey es grande, porque en la humildad y en el servicio a los demás está su grandeza.
Un Rey que nos presenta un Reino donde la cruz es el trono, su corona es una corona de espinas……., un Reino en el que la alegría del corazón de los humildes es prioritaria, sobre tantas sonrisas fingidas y forzadas que nos regalan en nuestra vida diaria. Un Rey cuya filosofía y práctica es el amor.
El Reino se acercaba en su persona, venía a dar y a darse.
Me llama la atención, esa fuerza divina que hace valerosa a cualquier persona, Jesús demostró su valor y valentía cuando a punto de ser condenado a muerte, abandonado por sus discípulos y despojado de todo, admite ser Rey, con convicción, sin dudar, sin miedo.
Hay situaciones en el Evangelio, como la multiplicación de los panes, en las que la multitud quiere aclamarlo como Rey, pero Él se aleja y se va a orar. Ahí en el triunfo no quiere proclamarse Rey, pero frente a Pilatos sí y le dice: “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad” (Jn 18, 37) y la verdad que es nada más y nada menos que conocer el rostro de Dios, ese rostro que se refleja en Él, ese rostro que se refleja en cada uno de los hermanos, en cada persona que sufre, en cada persona que goza.
Vivir la verdad es comunicar la experiencia de Dios, es comunicar el cambio en tu vida.
Al rezar el Padrenuestro, decimos: “que venga a nosotros tu Reino”, en ella expresamos, que cada vez sean más personas las que encuentren en Dios la fuente de la felicidad y sigan su camino.
Rezamos para que este Reino se haga presente en nuestra vida diaria, naciendo y produciendo frutos, mientras trabajamos para hacer más humano el mundo en el que vivimos, anticipando la llegada de Aquel cuyo Reino no tiene fin.
SUSI CRUZ
Extraído DABAR Año XXXVIII – Número 60 – Ciclo B – 25 de Noviembre de 2012