El próximo domingo, 9 de mayo, VI domingo de Pascua, celebraremos la Pascua del Enfermo, jornada que tiene como finalidad aproximar a los cristianos al mundo de la enfermedad y del dolor y hacer visible la cercanía material y espiritual de la comunidad cristiana a nuestros hermanos enfermos.
La atención y el servicio a los enfermos es algo que pertenece a la entraña del Evangelio y a la mejor tradición cristiana. La Iglesia ha mostrado siempre una particular solicitud por los enfermos siguiendo el ejemplo de su Maestro, a quien los Evangelios presentan como el “Médico divino” y el Buen Samaritano de la humanidad. Jesús, en efecto, al mismo tiempo que anuncia la buena nueva del Reino de Dios, acompaña su predicación con la curación de quienes son prisioneros de todo tipo de enfermedades y dolencias.
Los cristianos tenemos muchas razones para servir y acompañar a los enfermos, que viven una etapa peculiar en su vida, tanto si permanecen en su hogar, como si están ingresados en un centro sanitario. Nos debemos particularmente a aquellos que son víctimas de la soledad y del abandono de sus familias. Los enfermos son personas. La enfermedad no les priva de la dignidad que les es propia. Para un cristiano son además hijos de Dios y hermanos nuestros, redimidos como nosotros por la sangre redentora de Cristo. En el rostro de todo ser humano, especialmente si sufre o está desfigurado por la enfermedad, brilla el rostro de Cristo, quien nos dejó dicho: “Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).
El lema de la Pascua del Enfermo de este año es “Dando vida, sembrando esperanza”. Esta es la misión peculiar de la Pastoral de la Salud.
Con esta ocasión, saludo con afecto y gratitud a los profesionales cristianos, médicos, enfermeros y demás agentes sanitarios, entre los que se encuentran no pocos religiosos y religiosas, que con paciencia y amor, ponen al servicio de los enfermos su competencia técnica y su calor humano, inclinándose ante ellos como el Buen Samaritano para “dar vida” a quienes tiene quebrantada su salud, sin tener en cuenta la condición social, el color de su piel o sus creencias, sino sólo su condición de persona especialmente necesitada.
Me dirijo ahora con especial afecto al Delegado Diocesano de Pastoral de la Salud y a quienes con él colaboran en esta pastoral preciosa. Me dirijo también a todos aquellos cristianos que en su casa atienden a sus familiares enfermos con infinito amor, a los miembros de los grupos parroquiales que semanalmente visitan a los enfermos en nombre de la comunidad parroquial, y a los voluntarios que les visitan en clínicas y hospitales, con la conciencia de que sirven, visitan y acompañan al Señor que se identifica con nuestros hermanos más pobres, pues nadie es más pobre que aquel a quien le falta un bien tan preciado como es la salud. Ellos son “sembradores de esperanza”, tan importante en ocasiones como la asistencia que procuran los profesionales sanitarios. En marzo de 2006, el Santo Padre Benedicto XVI os llamó “caricia de Dios para nuestros hermanos enfermos”. Así es en realidad. En nombre de la Iglesia, os agradezco vuestro trabajo y entusiasmo. Sed testigos del Evangelio ante los enfermos y sus familiares. Ayudadles a considerar la enfermedad como un acontecimiento de gracia y a acoger el sufrimiento con amor y espíritu de fe, unidos a Cristo Redentor, “varón de dolores”, transformando así sus padecimientos en torrente de energía sobrenatural para sí mismos y para los demás.
No olvido a los capellanes, que tenéis la decisiva misión de acompañar espiritualmente a los enfermos. Es hermosa vuestra tarea y es grande el bien que podéis hacer en el hospital. Cumplidla con esmero. Sois el escaparate de la Iglesia en los centros sanitarios. Visitad todos los días a los enfermos. Alentad a sus familiares. Dad testimonio de Jesucristo en todo momento. Cuidad la capilla, que debe ser, como nos ha dicho Benedicto XVI, “el corazón palpitante en el que Jesús se ofrece intensamente al Padre celestial por la vida de la humanidad”. Con el Papa os pido también que cuidéis con interés y delicadeza la administración de la Eucaristía, que “distribuida con dignidad y con espíritu de oración a los enfermos, es savia vital que les consuela e infunde en su espíritu luz interior para vivir con fe y con esperanza la enfermedad y el sufrimiento”. Mostraos disponibles siempre para administrar el sacramento de la unción, que tanta paz da a nuestros enfermos.
Termino ya saludando con afecto a todos los enfermos de la Archidiócesis. Rezo por vosotros todos los días. Pido al Señor que os alivie y sane. Ofrecedle vuestros dolores para que Él los transforme en camino de purificación y redención.
Para vosotros y para todos los fieles de nuestra Iglesia diocesana, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla