Mons. Juan José Asenjo ha dirigido al clero sevillano la primera carta pastoral que ha escrito como responsable de nuestra archidiócesis. Con motivo de la celebración del Año Sacerdotal, el prelado comienza las 44 páginas de las que consta el documento compartiendo con los sacerdotes una convicción: “el problema principal, el problema de fondo, al que se enfrenta la Iglesia en España en estos momentos es la secularización interna”.
Aún dirigida de manera específica a los presbíteros, diáconos y seminaristas sevillanos, la carta, que se resume a continuación y que puede leerse completa en el siguiente enlace, resulta de enorme interés también para los laicos.
Sacerdotes más ejemplares
Recordando el Plan Pastoral de la Iglesia española para el período 2002/2005, mons. Asenjo añade que si bien el hedonismo, el materialismo y el utilitarismo “hacen difícil vivir en la atmósfera de tensión moral que exige el Evangelio, dificultan la adhesión a la doctrina moral de la Iglesia y son fuente de diferencias sociales e insolidaridad”, la cuestión principal a la que la Iglesia ha de hacer frente hoy “no se encuentra en la sociedad, en el laicismo militante, en la orientación inmanentista de la cultura o en las iniciativas legislativas que prescinden de la ley natural, todo lo cual ciertamente obstaculiza nuestra misión y nos hace sufrir. El problema no es tanto externo, sino interno; es un problema de casa y no sólo de fuera”, subraya. A continuación reitera su convicción en el hecho de que “muchos de los males de los que en tantas ocasiones nos lamentamos (…) estás en nosotros, los sacerdotes”. “Si fuéramos más santos, más celosos, más ejemplares y apostólicos, místicos y testigos al mismo tiempo, con una fuerte experiencia de Dios, florecería más la vida cristiana de nuestro pueblo, que necesita del acompañamiento cercano de sacerdotes santos”, añade.
Mons. Asenjo Pelegrina pone a San Juan María Vianney como ejemplo de entrega de un sacerdote a su vocación y ministerio, a pesar del ambiente social y político de la Francia de su época, poco favorable a la causa de la Iglesia. En un repaso a la biografía del Santo de Ars, el arzobispo destaca cómo su feligresía experimentó con el tiempo un cambio radical, un cambio que nacía del testimonio que había ofrecido Vianney durante los años que dedicó al cuidado de su parroquia. Este testimonio partía de “su vida interior, su amor apasionado a Jesucristo”, añade, y de ahí surge una vida asumida “con la radicalidad del Evangelio”.
Tras destacar el ejemplo del patrono de los sacerdotes, hace especial hincapié en que “no es la sociología o las tendencias culturales del momento presente las que deben marcarnos el paso fijando nuestra identidad y nuestro papel en la Iglesia y en la sociedad, pues lo harán siempre a la baja, laicizando o desnaturalizando la sacralidad de nuestro ministerio de acuerdo con los criterios de la cultura secularizada”. Recordando el magisterio de Juan Pablo II, el prelado subraya que “nuestro sacerdocio está marcado con el sello del sacerdocio de Cristo, para participar en su función de único Mediador y Redentor”.
En esta línea, recuerda que Benedicto XVI pidió recientemente que se procurase una buena formación a los presbíteros jóvenes y seminaristas, y recordó a los sacerdotes que procurasen estar “presentes en el mundo identificables y reconocibles tanto por el juicio de fe como por las virtudes personales, e incluso por el vestido”.
Recuerda que el Concilio Vaticano II ya destacó la especial exigencia de santidad que recae sobre los sacerdotes: “si nuestros hermanos laicos están invitados y aun obligados a buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado, mucho más lo estamos los sacerdotes”.
Huir de la tibieza
El arzobispo de Sevilla alude a un análisis sobre la situación de la Iglesia actual, para afirmar que “el aburguesamiento espiritual y la tibieza es la situación espiritual más peligrosa que puede acechar a un cristiano, y mucho más a un sacerdote, porque el tibio no es consciente de su situación ni de los peligros que le amenazan. En consecuencia -añade-, no siente la necesidad de convertirse”. Tras este planteamiento, se dirige a los sacerdotes de Sevilla, a los que aconseja que se sacudan “la tibieza que nos esteriliza y que hace también estéril nuestro ministerio”.
Propone una serie de medios para lograr “la santidad de vida que exige nuestro sacerdocio”. Entre ellos la confesión frecuente; el examen diario de conciencia -”Que nuestros fieles nos vean confesarnos con frecuencia para que también ellos estimen cada vez más este hermoso”, apostilla-; la Liturgia de las Horas; la oración personal; la devoción “filial y auténtica” a la Virgen -aconseja recuperar el rezo del Santo Rosario, “que no deberíamos dejar por nada del mundo, pues es un signo sencillo pero elocuente de nuestro amor filial a nuestra Señora”-; la práctica de los ejercicios espirituales y retiros; la dirección espiritual; la fraternidad sacerdotal -que no puede quedar reducida a unos encuentros puntuales al año; el sacerdote “no puede ser adversario ni rival, es amigo y hermano”, añade-. En referencia a este último medio, mons. Asenjo se lamenta de las “defecciones que se hubieran evitado en la Iglesia en los últimos decenios, si los sacerdotes hubiéramos estado más pendientes de nuestros compañeros, tendiéndoles la mano y ayudándoles a superar los baches y dificultades”.
A continuación, relata las que considera “actitudes imprescindibles” en un sacerdote: la virtud de la pobreza y el amor a la cruz. En referencia a la primera de ellas, destaca que nada nos endurece tanto espiritualmente como el apego el apego a los bienes de la tierra y la incapacidad y cerrazón para compartirlos con los necesitados. Más adelante manifiesta que “la caridad pastoral es el primer rasgo del presbítero diocesano secular y nuestro principal camino de santificación”. Explica este aspecto de la siguiente manera: “Todo en nuestra vida sacerdotal debe estar ordenado a la caridad pastoral: nuestros compromisos familiares, amistades, relaciones, aficiones, ocupaciones, forma de vivir, gastos o vacaciones. Todo debe confrontarse con la caridad pastoral; y si alguna de estas realidades es un obstáculo para servir a nuestros fieles con alma, vida y corazón, habremos de replantearnos nuestra relación con ellas y rehacer nuestras opciones fundamentales y programas”, puntualiza.
Derecho a una doctrina genuina y sin reduccionismos
En su primera carta como arzobispo de Sevilla, destaca que “en nuestro ministerio y en nuestra entrega a los fieles, junto a la Eucaristía, el mejor servicio que podemos prestarles es el anuncio de la Palabra de Dios en la homilía, en la catequesis, en las charlas de formación y en el acompañamiento espiritual. En todas estas ocasiones no podemos olvidar la comunión con la Iglesia. La Palabra es de Dios, no es nuestra, como no es nuestra la doctrina, que es de la Iglesia. El Pueblo de Dios tiene derecho a escuchar de los labios de sus sacerdotes la Palabra íntegra, sin adulterarla, sin arrancar páginas. Tiene derecho igualmente a que le entreguemos la doctrina genuina, sin reduccionismos, en comunión estrecha con el Magisterio del Papa y de los Obispos. No son admisibles -aclara- las mutilaciones selectivas, de acuerdo con los dogmas seculares de la nueva cultura inmanentista, como tampoco lo es, como recientemente nos ha dicho el Papa, tamizar la doctrina auténtica del Concilio Vaticano II por nuestra sensibilidad, por nuestras opciones personales o desde posiciones ideológicas ajenas a la Tradición viva de la Iglesia, pues no nos predicamos a nosotros mismos, sino la Palabra sacrosanta e intemporal de Jesucristo, de la que la Iglesia es su depositaria e intérprete”.
“Otro tanto cabe decir del respeto que debemos observar por las normas litúrgicas, en la celebración de la Santa Misa y en la administración de los sacramentos, pues ni la Eucaristía ni los sacramentos son nuestros, sino de la Iglesia. No caben, pues, arbitrariedades ni protagonismos, que sólo corresponden al Señor”, concluye.
En la última parte de su carta, vuelve sobre la importancia del sacramento de la Penitencia y pide a los sacerdotes que faciliten a los fieles el acceso de los fieles a la confesión individual. “Personalmente estoy convencido de que nuestra dimisión del confesionario y de la dirección espiritual personalizada de los fieles es una de las causas más importantes de la atonía espiritual de nuestras parroquias y de la aguda crisis vocacional que padecemos”, afirma mons. Asenjo.
“En el mundo sin ser del mundo”
El prelado hispalense tampoco deja pasar la ocasión de recordar que la secularidad es una de las notas características del sacerdocio diocesano. Así, indica a los presbíteros que vivan cerca de los fieles, y que “no se automarginen, esperando simplemente a que nos busquen en el despacho, ajenos a las necesidades de nuestro pueblo”. En cambio, advierte del peligro de que la secularidad derive en secularismo: “En este sentido quiero recordaros que no todo lo que pueden hacer lícitamente nuestros hermanos seglares, lo podemos hacer los sacerdotes, de la misma forma que los jóvenes sacerdotes no pueden frecuentar, ni siquiera con una intención buena y apostólica, los lugares que ordinariamente, especialmente en los fines de semana, frecuenta la juventud; y no sólo por evitar el escándalo de los fieles, que en ocasiones lo manifiestan abiertamente, sino también porque los frutos apostólicos son escasos o nulos y el único fruto apreciable es la desvitalización de nuestra existencia sacerdotal”, explica mons. Asenjo.
Finaliza su primera carta dedicada al clero de la Archidiócesis agradeciendo la “acogida fraterna” que los sacerdotes le han dispensado en sus primeras visitas a parroquias y en los contactos personales que ha mantenido desde su toma de posesión. Les ruega que, en consonancia con la crisis económica que estamos sufriendo, sean “verdaderos padres de los pobres”. “Vivid cerca de los pobres, compartiendo con ellos incluso lo necesario, porque cuando el amor no duele, es pura hipocresía”, concluye.