Numerosos sacerdotes y fieles quisieron manifestar su agradecmiento al Cardenal Amigo en esta misa de despedida, cuya homilía íntegra pronunciada por el cardenal Amigo reporducimos a continuación:
San Leandro, arzobispo de Sevilla, y del Papa, tenía que presidir el tercer concilio de Toledo (589). En la memorable homilía de clausura, el prelado hispalense quiso poner de relieve la santidad de la Iglesia: "Regocíjate y alégrate, Iglesia de Dios. Gózate y ponte en pie, cuerpo único de Cristo; vístete de fortaleza y salta de júbilo..."
1. Esta es la Iglesia de Dios, nacida en la mesa de la Eucaristía, alimentada en el manantial inagotable del costado abierto de Cristo. Cuidada por el Espíritu Santo. Comunidad de hermanos que viven el mandamiento nuevo del amor. Luz de los pueblos y sacramento universal de salvación.
Este es el rebaño elegido al que es enviado el obispo, como pastor y en nombre de Cristo, "para cuidar de una porción del Pueblo de Dios. Por medio del Evangelio y la Eucaristía debe hacerla crecer como una realidad de comunión en el Espíritu Santo" (PG 43).
Esta es la viña santa que iluminó la sabiduría de Isidoro, modelo inequívoco para todos los pastores por el ejemplo de su vida, la luz de su doctrina, la dedicación plena al servicio de la diócesis. Iglesia de Marcelo Spínola, guía admirable, amigo de los pobres, amor encendido al corazón de Cristo.
Esta es la Iglesia de los sacerdotes y de los diáconos, servidores de la Palabra, de los sacramentos y de la caridad, como el beato Manuel González que hizo del sagrario la casa de su vida y que llevó a la vida el amor entregado de Cristo en la Eucaristía. Unos sacerdotes y diáconos que hacen de la parroquia escuela de la Palabra, comunidad que celebra los sacramentos, espacio privilegiado para la caridad, experiencia viva de conversión, testimonio y misión.
2. Esta es la comunidad reunida en nombre del Espíritu, Iglesia de la vida consagrada que, en carismas y formas diversas, dan testimonio del Evangelio y sirven al pueblo de Dios desde la vida contemplativa monacal hasta la presencia entre los más pobres y excluidos.
Es la comunidad de los hijos e hijas de Dios en la que florecen santos y santas, como Santa Florentina, que desde su convento de Écija irradia la luz de la vida contemplativa y virginal. Santa Ángela de la Cruz, con ardiente amor a los pobres, siendo ejemplo de humildad y de alegría. San Francisco Díaz, nacido en Écija y martirizado en China. San Juan Grande, hijo de Carmona y hermano de los hermanos más enfermos y menesterosos. San Diego de San Nicolás del Puerto, que hizo de la humildad el mejor testimonio de su seguimiento a Cristo. Victoria Díaz, la maestra de la collación de san Bartolomé. De Antonio Martínez, el joven de Montellano. De Bienvenido de Dos Hermanas y Angel Ramos de Sevilla... Todos ellos ya glorificados.
Es la vida en consagración de Bárbara de Santo Domingo, la hija del campanero de la Giralda. De Dolores Márquez y Celia Méndez, fundadores de congregaciones religiosas. De Cristina de Arteaga y de Madre María de la Purísima... De todos ellos ya se ha iniciado el proceso de canonización. Todos ellos son signos ejemplares de una vida escondida con Cristo en Dios.
3. Este es el templo vivo de la familia, Iglesia doméstica que vive se afana en educar a sus hijos en la fe de Jesucristo; de los movimientos apostólicos, de las nuevas comunidades, de las familias eclesiales, de las Hermandades y Cofradías, de las muchas y distintas asociaciones de fieles.
Campo es este al que son enviados los catequistas para hacer resonar el Evangelio en los oídos y en el corazón de las gentes; de los misioneros y misioneras que no saben de fronteras y llevan el mensaje de Cristo a todos los pueblos; de los enfermos que nos ponen cerca del dolor de Cristo; de los inmigrantes, que encuentran en ella una casa que los acoge; de los excluidos y marginados por cualquier causa a los que la Iglesia se acerca y sirve.
Esta es la mano abierta de Dios Padre providente que se hace visible en Caritas, llegando siempre allí donde pueda haber un hombre o una mujer necesitados.
Esta es la Iglesia de tantos y tan buenos cristianos. Hombres y mujeres sencillos que hacen de su vida un verdadero testimonio de amor a Cristo y a sus hermanos.
4. Esta es la Iglesia que vive la actualidad sin nostalgia del pasado, pero recogiendo el caudal de vida y doctrina que se nos ha dejado. Sin miedo al futuro, pero con la responsable esperanza de buscar sinceramente el rostro de Cristo. ¿Por qué esta seguridad? "Porque gracias a la Eucaristía, la Iglesia nace siempre de nuevo" (Benedicto XVI).
Esta es la Iglesia de Sevilla, a la que tenido el honor y la gracia de poder servir durante algunos, bastantes años, y que lo seguiré haciendo desde la oración y el afecto agradecido.
Una Iglesia que venera a la Madre de Dios, con tantas advocaciones y títulos diferentes, pero todos ellos recogidos en el más querido de Nuestra Señora de los Reyes.
5. Mi gratitud a cuantos me ayudaron directamente en el gobierno de esta querida archidiócesis. De una manera particular mi felicitación y reconocimiento, corde et ore, al señor Arzobispo por su inagotable bondad. a los sacerdotes, a la vida consagrada, a los fieles laicos... A las autoridades e instituciones, a los que nos acompañan en la misma fe y a los que, desde otros credos o sin profesar alguno, han estado a nuestro lado colaborando por el bien de esta comunidad humana, de esta Iglesia de Dios que camina en Sevilla.
A todos, a todos, que el Señor os bendiga, os guarde y os conserve en su paz. Amén.
+ Carlos Amigo Vallejo
Cardenal Arzobispo Emérito de Sevilla
Alocución de Monseñor Asenjo
Se reproduce también la alocución en dicha Eucaristía del Arzobispo de Sevilla, Monseñor Asenjo:
Eminencia Reverendísima, Querido señor Cardenal: En la fiesta de San Leandro, arzobispo de Sevilla, ha querido usted despedirse de la Diócesis hispalense, de la que ha sido durante más de veintisiete años Obispo y Pastor. El pasado día 5, el Santo Padre le aceptaba la renuncia al gobierno pastoral y ocho días después viene usted a esta su Catedral para dar gracias a Dios.
Concelebran con usted los Pastores de la Provincia Eclesiástica de Sevilla, los señores Obispos de Cádiz, Huelva, Asidonia-Jerez y el señor Obispo emérito de Huelva, junto con el señor Arzobispo metropolitano de Granada, el señor Obispo de Málaga, los señores Arzobispo eméritos de Pamplona y Mérida-Badajoz, el señor Arzobispo Castrense y un servidor, a quien cabe el honor inmerecido de sucederle en esta histórica sede hispalense.
Concelebran también numerosos sacerdotes de la Archidiócesis y participan los miembros de la Vida Consagrada, las autoridades de Sevilla y un gran número de laicos, que quieren manifestarle su afecto y gratitud.
Queremos que esta Eucaristía sea verdaderamente una plegaria de acción de gracias a Dios, dispensador de todo bien, quien, por medio de su Espíritu, nos da el querer y el obrar. No es ésta propiamente una ceremonia de despedida, pues usted quedará vinculado para siempre a la historia de nuestra Diócesis por sus grandes servicios a esta comunidad diocesana, por su condición canónica de Arzobispo emérito, por los lazos misteriosos de la comunión de los Santos y por los vínculos invisibles pero reales de la oración en la que cada día nos encontraremos.
Damos gracias a Dios por su servicio episcopal dilatado y lleno de frutos al frente de esta parcela del Pueblo de Dios. Con él culmina su ministerio, ejercido anteriormente en la Archidiócesis de Tánger. El Señor le ha concedido la gracia de vivirlo con generosidad fecunda en favor de su santa Iglesia. A lo largo de veintisiete años, querido señor Cardenal, ha regido usted la Iglesia de Sevilla en el nombre del Señor, y a través suyo, como miembro del Colegio Episcopal, los hijos e hijas de esta Archidiócesis han sentido muy vivamente la plena comunión con el sucesor de Pedro y con la Iglesia universal que nos hace católicos.
En innumerables ocasiones, ha presidido usted la Eucaristía en esta Catedral y en toda la Diócesis, de manera que por su ministerio se ha hecho presente el misterio de nuestra redención para el perdón de los pecados y para la salvación de todos los hombres. En comunión estrecha con su perso na e intenciones han celebrado los sacerdotes la Eucaristía y se ha congre gado la Iglesia en cada comunidad, acrecentándose también la comunión de los fieles.
Han sido especialmente significativas las celebraciones en las que usted ha conferido el sacramento del orden a 349 nuevos presbíteros, seculares y religiosos, y a 31 diáconos permanentes. La celebración de la Misa Crismal ha reuni do año tras año al presbiterio en torno a este altar, y bajo las bóvedas de este magnífico templo metropolitano ha celebrado usted el Triduo Pascual acompaña do del Cabildo y de los fieles.
En esta catedral, en el año 1982, pocos meses después de su toma de posesión, recibió al Papa Juan Pablo II, en su primera visita a Sevilla para beatificar a una de sus hijas más queridas, Sor Ángela de la Cruz. En 1993, le recibió de nuevo con ocasión del Congreso Eucarístico Internacional, en el que ordenó a numerosos sacerdotes, presidió la Statio Orbis y la clausura del V Centenario del Descubrimiento y Evangelización de América, epopeya íntimamente ligada a la historia de Sevilla. Aquí presidió usted seis años antes la Eucaristía de acción de gracias por la beatificación del Cardenal Marcelo Spinola, modelo de pastores; y aquí inauguró y clausuró el jubileo del año 2000, que tantos frutos sobrenaturales deparó a nuestra Diócesis y a toda la Iglesia. Desde esta cátedra ha predicado incansablemente el Evangelio, ha enseñado las verdades de la fe, ha alentado la vida cristiana y el crecimiento de nuestras comunidades y nos ha edificado a todos con el testimonio sereno de su pro pia vida.
Las continuas visitas a las parroquias de una Diócesis tan dilatada como la nuestra han llenado una parte notable de su tiempo. En torno a 4000 jóvenes cada año han recibido por su ministerio el sacramento del Espíritu en todo el territorio diocesano, comple tando así su iniciación cristiana. En esas ocasiones, los sacerdotes y los fieles y, sobre todo, los pobres, los enfermos y los que sufren, han podido experimentar la sencilla cercanía de su Obispo, viendo en usted al pastor bueno, que hace presente a Jesucristo Buen Pastor y rabadán del rebaño, que cuida, guía y apacienta a sus ovejas, busca a la oveja perdida, cura y robuste ce a las más pobres, cansadas o enfermas. También los consagrados, y singularmente las monjas de clausura, han podido experimentar su cercana paternidad y su permanentes desvelos por la Vida Consagrada. Los miembros de las Hermandades y Cofradías han sentido también su solicitud de pastor en una parcela verdaderamente decisiva en la vida de esta Iglesia.
A lo largo de su pontificado ha coronado usted numerosas imágenes de la Santísima Virgen, contribuyendo de este modo a enraizar todavía más la devoción a Nuestra Señora en esta tierra de María Santísima, cuya sede se honra en tener como reina y patrona a la Virgen de los Reyes. Están en la memoria de todos los numerosos Congresos celebrados en estos años, todos ellos de una gran altura académica y pastoral. En el plano material ha impulsado usted la construcción del nuevo Seminario, la renovación de la Casa de Ejercicios, la nueva Residencia sacerdotal y la construcción de la Escuela de Magisterio. Ha impulsado también la construcción de nuevos templos y la restauración de otros, en total más de sesenta. Entre los segundos, todos ellos joyas del patrimonio artístico diocesano, cabe destacar la Iglesia Colegial del Divino Salvador y las de San Vicente, San Isidoro, San Román, San Andrés y San Esteban, además de las importantes obras de conservación y restauración de este templo catedralicio, que acogió en 1992 la Magna Hispalensis, que todos recordamos todavía con emocionada admiración.
Por todos los dones que Dios nos ha concedido a través de su servicio episcopal, damos rendidas gracias a Dios, que ha querido necesitar de los hombres para realizar su plan de salvación. A María le pidió una colabora ción del todo especial, que ella prestó de forma plena e incondicional, y que a cada uno de nosotros se nos pide según la medida del don de Cristo. A los Obispos se nos exige de una forma especialmente intensa. El ministerio episcopal vivido en plenitud es siempre una colaboración decisiva con el plan de salvador de Dios. A través del Obispo, ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios, llega en primer término a los fieles la gracia salvadora y la palabra de la verdad.
Porque así ha sido su ministerio, fecundo en frutos sobrenaturales y apostólicos, le damos las gra cias, querido señor Cardenal, y pedimos a Dios que le mantenga siempre en su servicio santo. Que el Señor le colme de sus dones y premie su entrega incan sable y tantas obras concluidas o por concluir llevadas a cabo en estos años y que están en la mente de todos. Que Él le conceda salud y paz, gracia y alegría para seguir sirviendo a la Iglesia como colaborador inmediato del Santo Padre en el Colegio Cardenalicio. Contamos con su plegaria para que esta Archidiócesis tan querida por usted siga siendo fiel a sus raíces cristianas, a su mejor historia y a las muchas gracias que el Señor sigue regalándonos. Cuente usted también con la oración de todos nosotros, que le tendremos siem pre en el recuerdo y, sobre todo, en el corazón. Gracias por tantas cosas, señor Cardenal.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla